Estudio Bíblico

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El trabajo y la mayordomìa.



TRABAJO Y MAYORDOMÍA.



Introducción.

Cuando Dios creó al hombre y a la mujer, en primer lugar, los creó para tener comunión con ellos, pero en segundo lugar, el objetivo de El fue crearlos para trabajar, para guardar y labrar en Su Nombre la obra que El había hecho en la creación.

La importancia de esta asignación se manifiesta en tres versículos de Gen 2 que nos hablan de la importancia que Dios le asignó al trabajo humano no solo en función de Sus Planes para la Creación, sino en función del desarrollo de la propia vida del ser humano:

“Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, el día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos, y toda planta del campo antes que fuese en la tierra, y toda hierba del campo antes que naciese; porque Jehová Dios aún no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre para que labrase la tierra,” (Gen 2:4-5).

“Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado.” (Gen 2:8).

“Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase.” (Gen 2:15).

Y a lo largo de toda la Biblia podemos observar que esa importancia que Dios le asigna a nuestro trabajo no ha cesado en ningún momento, ni algún trabajo o grupo de trabajos ha sido desvalorizado frente a otros. Más bien, todo trabajo ha sido valorizado y puesto al mismo nivel, y cada uno de nosotros habremos de dar cuentas de nuestros resultados al respecto.

Por lo tanto, es necesario que revaloricemos el trabajo a la luz de la revelación bíblica y de los pensamientos de Dios, y estemos siempre preparados para dar cuentas de una buena mayordomía, trabajando con responsabilidad, diligencia, y produciendo los mejores resultados que podamos con los recursos que tengamos a nuestra disposición en cada uno de los trabajos que desarrollemos desde el día de hoy en adelante.


Versículo clave.

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.”(Gen 1:26-28).



Versículos de apoyo.

1 Ped 4.10-11, Col 3:22-24, 1 Cor 4:2,


Desarrollo del tema.

En Gen 1:26-28 que mencionamos antes vemos que Dios, inmediatamente de hacer al hombre y a la mujer a su imagen y a su semejanza, los bendijo y los envió a trabajar el jardín donde les había colocado (Gen 2.15). La palabra que se traduce en estos versículos como “bendijo” es la palabra hebrea “beraka” que significa también habilitación para que les fuera bien en todo lo que hicieran, es decir, en el trabajo de fructificar, multiplicar, llenar, sojuzgar y señorear la tierra. Y notemos que esta habilitación es para el trabajo en general, no solo para el trabajo eclesiástico, sino para todo trabajo.

A partir de Adán y Eva, y a pesar de la caída, los seres humanos seguimos siendo creados a la imagen y semejanza de Dios, aunque la naturaleza pecadora que recibimos como herencia de ellos mismos, pueda mermar, apagar, restringir, limitar, la manifestación de esa imagen en nosotros. Junto con esa imagen, recibimos también la habilitación para trabajar y para que, si lo hacemos correctamente, como resultado de ese trabajo, cualquiera que nos toque hacer en el transcurso de nuestra vida, nos vaya bien, prosperemos:

“La mano negligente empobrece; Mas la mano de los diligentes enriquece.” (Prov 10:4).

Cada uno de nosotros necesitamos tener claro que Dios espera de nuestro trabajo, no solo del trabajo eclesiástico, sino de cualquier trabajo que desarrollemos, mucho fruto, no algún fruto, sino mucho fruto, y nuestra responsabilidad delante de El, como nuestro Creador y nuestro Señor, es producirlo:

“En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.” (Jn 15:8).

El fruto que Dios quiere de nosotros, en cuanto a nuestro trabajo, es la mayor cantidad de producto que podemos producir con los recursos que tenemos (productividad), la multiplicación no solo de los productos sino también de los recursos disponibles (no desperdiciar recursos), que hagamos nuestro trabajo con responsabilidad no solo con respecto a lo que se nos ha encomendado sino también con respecto a los demás, que les ayudemos en todo aquello que nos sea posible para que ellos también puedan dar buenas cuentas de su mayordomía, que a través de las relaciones que tenemos con nuestros jefes, compañeros y subalternos, así como con todas las demás personas con las que nos relacionemos en el trabajo, podamos manifestar el fruto del Espíritu, es decir: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gal 5:22.23) de tal manera que todos reconozcan que Dios está con nosotros, de la misma manera que Potifar, en Egipto, reconocía que Dios estaba con José (Gen 39.2), lo que constituía un tremendo testimonio sin palabras de José hacia su amo.

De la misma manera necesitamos hacer nosotros: que nuestro trabajo tenga tal calidad, y que las relaciones que desarrollamos con otras personas en nuestro trabajo sean tan buenas, que todos reconozcan, sin necesidad de que nos mantengamos hablando de Dios, que Dios en nosotros hace una tremenda diferencia. Por el contrario, si nuestro trabajo es deficiente en calidad y cantidad, si nuestras relaciones con las personas en el trabajo son deficientes y conflictivas, si manifestamos rebeldía hacia nuestros jefes, peleas con nuestros compañeros de trabajo, y malos tratos o mala educación hacia nuestros subalternos, en lugar de dar un buen testimonio de lo que Dios hace en nuestras vidas, estaremos dando un mal testimonio. No estaremos produciendo fruto para Dios y estaremos ejerciendo una mala mayordomía de lo que Dios nos ha dado. En tal caso, necesitamos recordar que fuímos creados por Dios en Cristo Jesús, para hacer buenas obras (buen trabajo, buenas relaciones, buenos frutos), las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas (es decir, que Dios nos colocó en ese lugar y en ese trabajo para hacer precisamente esas buenas obras y manifestar Sus cualidades a través de nuestro quehacer diario).


Conclusión.

El trabajo que nosotros desarrollamos, tanto en la iglesia como fuera de ella, es un trabajo que hacemos para Dios, un servicio y un ministerio para El.

Dios nos creo para el trabajo y nos habilitó con los talentos y los dones necesarios para producir los mejores resultados posibles a través de él y nos puso como administradores de esos dones y talentos para producir mucho fruto para El.

Como administradores (mayordomos), vamos a dar cuentas de ellos delante del Señor, así como los siervos de la parábola de los talentos (Mat 25:14-30). Por lo tanto, debemos trabajar con nuestro mayor esfuerzo para producir los mejores resultados, y presentar delante del Señor los mejores frutos posibles, de tal manera que seamos reconocidos por El y delante de El como Sus buenos siervos y fieles.


Oración final.

Amado Padre, gracias por el privilegio y la confianza que Tu nos has dado de trabajar en tu obra entera de administrar y desarrollar Tu Creación en cualquiera de los trabajos que nosotros desarrollamos, tanto en la Iglesia como fuera de ella, en el mundo natural. Señor, alumbra los ojos de nuestro entendimiento para entender, comprender y actuar en consecuencia con ello, que nuestro trabajo es un servicio, un ministerio, que en primer lugar, desarrollamos para Ti y en segundo lugar, para bendecir a otras personas y ser bendecidos nosotros. También ayúdanos a entender que el trabajo que Tú nos has provisto es también un área de mayordomía que nosotros ejercemos y de cuyos resultados te daremos cuentas a ti. Ayúdanos a tener la sabiduría necesaria para producir los mejores resultados posibles en nuestro trabajo para agradarte a Ti y que Tú recibas gloria, honra y alabanza por ello.


10 Nov 2008